Por: Salvador Manzur
Maestro en Ciencias Biomédicas
Derivado de la alerta sanitaria por SARS-CoV2, muchas personas tuvimos que trabajar desde casa por primera vez en nuestras vidas, como le sucedió a Karen; quien es una mujer profesionista y madre de dos hijos y que a principio de año decidió cambiar su alimentación para llevar una vida más saludable. Acudió a consulta nutricional y rápidamente los cambios fueron notorios, bajó de peso, mejoró su digestión, e incluso comenzó a dormir mejor. Todo iba viento en popa hasta que la etapa de confinamiento inició; improvisó una oficina en el comedor de su casa y ahora sus nuevos vecinos son: el refrigerador, el microondas y la alacena.
Aunado a la carga de trabajo que aumentó por tener a sus hijos en casa a tiempo completo, de modo que en tan sólo un mes, los resultados alcanzados, se vinieron abajo.
¿Te sientes identificado con Karen? ¿Te pasó lo mismo? Esta historia se repite con muchas personas a las que no les quedó más que trabajar desde casa y cayeron en la “infidelidad a la dieta”.
Si bien, la palabra infidelidad está ligada a la existencia de una relación sexo-afectiva, el término en su sentido estricto y de acuerdo a la definición de la Real Academia de la Lengua Española, el vocablo denota un incumplimiento y puede significar la carencia de lealtad o quebrantamiento hacia cualquier compromiso y la palabra dieta se refiere a los alimentos consumidos en 24 horas (no necesariamente a un régimen alimenticio), de modo que podríamos definir la “infidelidad a la dieta” como: “el quebrantamiento al compromiso con nuestra alimentación”, el cual puede ser generado por la monotonía o la restricción de un plan de alimentación.
Del mismo modo en el que sucede en una relación, se cae en este tipo de infidelidad, por una demanda de placer, que genera cambios físicos y químicos en el cuerpo, pues es bien sabido que los alimentos ricos en azúcares o en grasas proporcionan una sensación de placer, sin embargo, pasado ese momento de gratificación, ese placer se convierte en culpa, iniciando así un círculo vicioso y una relación conflictiva con los alimentos.
Pero no todo está perdido, es posible recuperar esa sana relación con los alimentos, después de la infidelidad, siguiendo unos sencillos pasos
La regla 80-20: Algunos profesionales de la salud sugieren aplicar esta regla, y se refiere a que si el 80% de nuestra alimentación es saludable (frutas, verduras, proteína magra, etc.), el 20% restante puede comprender algunos alimentos que no son ciertamente muy saludables (comida rápida, alimentos procesados o antojitos mexicanos), de modo que se puedan incluir, pero en pequeñas cantidades.
Comienza poco a poco: Después de una infidelidad, cuesta trabajo volver a comenzar, en la alimentación pasa lo mismo. Será muy difícil tratar de cambiar todo de un día para otro, y es mejor ir “un día a la vez”, por ejemplo, hoy te comprometerás a dejar de consumir refresco, mañana tu compromiso será consumir al menos dos frutas, y así sucesivamente, de modo que los ajustes no representen un sacrificio.
Revisa tu alacena: Los tiempos en los que una alacena llena de jugos, galletas, panes y postres denotaba un estatus socioeconómico alto han pasado, lo de hoy es elegir de manera inteligente, de modo que evites tener a la mano comida chatarra. Procura tener en tu despensa opciones más naturales, como cereales integrales, frutos secos, tés, entre otros, que te ayudarán a saciar tus antojos con menos calorías y sin culpas.
Y por último recuerda acudir con un profesional de la salud, ya que como dice el viejo dicho “todo cabe en un jarrito sabiéndolo acomodar”; un experto te puede ayudar a diseñar un plan de alimentación más flexible, adaptado a tus necesidades y a tus horarios, para que no tengas estados de ansiedad derivados de una dieta muy restrictiva, para que puedas cumplir tus metas a pesar de la situación por la que estamos pasando.
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